¿Qué queda de nuestros pueblos?

El abandono de los pueblos se manifiesta en sus construcciones, su paisaje, el modo de vida...

El abandono de los pueblos se manifiesta en sus construcciones, su paisaje, el modo de vida…

 

Country houses and small villages are progressively abandoned in NW Spain.  Is not only an abandonment of buildings, but also the landscape of country side and, more important at all, the traditional way of life with a dramatic loss of our elder´s knowledge.

 

Hace pocas fechas leía un interesante artículo en el blog de Fariña (blog dedicado al urbanismo, territorio y paisaje) titulado: Paisaje rural: imagen e identidad. En este artículo, extracto sucinto del trabajo de Teresa Eiroa, se hace una aproximación a la diferente percepción que de un lugar tienen los propios (identidad) y los extraños (imagen) tomando como ejemplo un pueblo de la Alcarria.

Una de las conclusiones del trabajo, que me parece muy lógica por otra parte, es que los visitantes esporádicos de un territorio tienen una visión bastante integrada de todos los elementos que lo conforman (relieve, cultivos, pueblos…), mientras que los habitantes del lugar, por el contrario, tienen una visión más fragmentada del mismo, dando más relevancia a unos que a otros.

La casería, unidad básica de explotación en el campo, esta en sus momentos más bajos.

La casería, unidad básica de explotación en el campo, esta en sus momentos más bajos.

En mi experiencia personal, con mi doble condición de habitante y visitante de la zona rural, se podría matizar la conclusión anterior diciendo que el habitante oriundo de una zona tiene una visión más local, más detallada del lugar, con percepciones muy singulares de las cosas provenientes de su modo de vida y de su bagaje cultural. Por el contrario, el visitante ocasional tiene una visión más general, quizás más integradora como afirma el estudio, pero que generalmente no desciende o no es capaz de captar el significado y las connotaciones de muchos elementos cotidianos.

Pero, sea como fuere, considero que si hay una percepción común sobre la zona rural en la actualidad es la de su despoblamiento y abandono. En los últimos veinte años he recorrido cada pequeña localidad del occidente de Asturias y de gran parte de Galicia y lo que he visto es una decadencia que, probablemente, no había existido en muchos siglos.

A un primer golpe de vista es, simplemente, un despoblamiento y un arruinamiento de todo lo tangible (casas, caminos, fincas…) pero una mirada más profunda nos desvela la pérdida de todo aquello que no es visible: el conocimiento ancestral, el modo de vida en el campo, la cultura popular…

 

El conocimiento de los mayores se pierde, al igual que se degrada el entorno.

El conocimiento de los mayores se pierde, al igual que se degrada el entorno.

 

El abandono se percibe en el paisaje, más salvaje y menos humanizado, con la invasión de los campos y sembrados por el monte. Los límites de los terrenos trabajados por la mano del hombre eran nítidos y con tendencia a los trazados rectilíneos, mientras que las ocupación del monte bajo se hace de manera irregular, globulosa, dendrítica… Los frecuentes colores intensos de los campos dejan de contrastar con los tonos oscuros del monte que lo homogeneiza todo y la finura del suelo que recubre los claros se puebla de matojos y hierba gruesa y vieja que se arremolina formando un nuevo manto.

El paisaje humanizado, siempre cercado por el monte que amenaza con invadirlo.

El paisaje humanizado, siempre cercado por el monte que amenaza con invadirlo.

 

Las construcciones de todo tipo acusan la falta de mantenimiento. Decía mi compañero David Valiño que las casas antiguas tienden a no caerse nunca…, y casi podría respaldar esta afirmación aunque eso no impide que el tiempo deje su rápida impronta en los muros y cubiertas de las edificaciones provocando esa imagen bucólica y algo fantasmagórica de los pueblos abandonados. Se mueven las tejas y pizarras, se abren y abomban las paredes, se descuelgan los restos de las ventanas… Y el sistema de construcción tradicional de esta zona provoca una degeneración progresiva y geométrica del edificio una vez penetra el agua en su interior.

 

Irremediablemente, las construcciones ceden al abandono.

Irremediablemente, las construcciones ceden al abandono.

 

Finalmente, el abandono alcanza las tradiciones, las relaciones sociales internas y el sistema de transmisión del conocimiento y la experiencia. Es una perdida de todo el estilo de vida que constituyó una auténtica visión cosmológica del mundo que se transmitía de generación en generación, como afirma mi antiguo profesor y antropólogo Adolfo García en su estudio sobre la casa y la familia asturiana.

Las personas mayores han dejado de transmitir el mensaje hace tiempo. Su contenido ha dejado de tener interés y carece de aplicación práctica. Ya no es una clave necesaria para sobrevivir. Por su parte, los jóvenes no muestran interés por un conocimiento que parece anacrónico y cuyo soporte no puede competir con los que ofrece el mundo actual y que parece hacerse incompatible con sus nuevas relaciones sociales.

Antaño la vida bullía en las calles y alrededores de los pueblos.

Antaño la vida bullía en las calles y alrededores de los pueblos.

 

Todos los habitantes del campo contribuyen a su mantenimiento y a su humanización.

Todos los habitantes del campo contribuyen a su mantenimiento y a su humanización.

 

El despoblamiento se produce en una doble vertiente. Los jóvenes se van en busca de nuevas y mejores oportunidades a las zonas más desarrolladas y los mayores se concentran en las poblaciones mayores en busca de los servicios necesarios. Como también tuve oportunidad de leer en un trabajo de Adolfo García, la necesaria y afortunada llegada de la escuela comenzó a romper la cultura tradicional. De igual manera, el acceso a una mayor educación provoca también la partida definitiva de los jóvenes y su desconexión del modo de vida ancestral.

Cuando el campo se repuebla con nuevas personas la situación no es la misma. Los nuevos habitantes vienen con una nueva cultura, con frecuencia urbana, unos nuevos valores y unos nuevos objetivos. En estos tiempos hemos visto llegar a hippies soñadores, urbanitas desencantados, desterrados de procedencia desconocida y otro tipos contrastados y peculiares de personas sin que se recupere por ello la vida ni la esencia de los pueblos.

La nueva arquitectura del campo no parece respetar casi nunca los estilos tradicionales. Cuando no se introducen nuevos tipos de construcciones, imposibles de integrar en este viejo y bonito paisaje, se recurre indolentemente al pastiche. Pastiche agresivo y deliberado en ocasiones, de contraste impactante; pastiche sutil e involuntario en otros casos que denota, como poco, una cierta falta de sintonía entre imagen e identidad, las mismas que comentaba al principio.

 

El límite de Asturias y Galicia es una zona privilegiada donde algunos pueblos aún conservan su sabor tradicional estando habitados.

El límite de Asturias y Galicia es una zona privilegiada donde algunos pueblos aún conservan su sabor tradicional estando habitados.

 

Otros, sin embargo, son ya víctimas del abandono.

Otros, sin embargo, son ya víctimas del abandono.

 

En este punto, como en otros muchos, debo reconocer que la vida me ha hecho bastante pragmático y ahora considero que me conformaría con que conservásemos lo que tenemos. No podría oponerme a que la gente construya lo que considere y con los medio de los que disponga. Somos los dueños de lo que tenemos y podemos hacer con ello lo que queramos, pero ¿no es posible que, al menos, conservemos lo que tenemos…? Escuché hace años una reflexión parecida a Pepe del Ferreiro, por aquel entonces aún director del Museo de Grandas de Salime, con el que no estaría de acuerdo en algunas de sus polémicas afirmaciones pero, en esta en concreto sí, y mucho.

 

caserías aisladas, aldeas o pequeños pueblos..., todos ellos sufren el abandono en la misma medida.

caserías aisladas, aldeas o pequeños pueblos…, todos ellos sufren el abandono en la misma medida.

 

Pienso que se ha perdido algo que podríamos llamar la conciencia de comunidad, una conciencia que agruparía todos los valores conjuntos que hemos comentado antes. Ya no existe un concepto de bien común, de interés común, de un espacio físico común, de un criterio estético y cultural común… Del tradicional trabajo en comunidad en las aldeas es ha pasado a un individualismo sin precedentes, que propicia el deterioro de todo esa conciencia, pero al que nos vemos abocados cada vez más en nuestra vidas, y no sólo en los pueblos. Yo mismo soy, lo reconozco, cada día más individualista.

Ahora, entre los habitantes solitarios de estas montañas, solo se escucha un lamento a diario al hablar en confianza con la gente: los pueblos se acaban… ¿qué queda de nuestros pueblos…?

 

Antiguas fuentes de riqueza olvidadas y casas que recuerdan su antiguo esplendor conforman el paisaje del campo actual con frecuencia.

Antiguas fuentes de riqueza olvidadas y casas que recuerdan su antiguo esplendor conforman el paisaje del campo actual con frecuencia.

 

Quiero cerrar esta entrada con un texto que escribí ya hace tiempo, como introducción a una publicación y que resume todo lo que acabo de exponer:

(…) Han pasado los años y todo ha cambiado. Las casas y los hórreos apenas se mantienen en pie, los viejos de antaño han desaparecido y quedan unos pocos de los de ahora, solitarios, resistiendo al despoblamiento. Las fincas y grandas, amansadas a mano en el pasado son invadidas por el monte y todo lo que dio nombre y sentido a un modo de vida, de subsistencia ingeniosa y sacrificada, se desvanece y se pierde irremediablemente. A los que nos gustaría rescatar algo de todo aquello sólo nos queda la posibilidad de registrar y dar fe de los restos de esta transformación.

3 comentarios en “¿Qué queda de nuestros pueblos?

  1. Una época que termina. Deberíamos, de forma artificiosa, conservar todo este legado de los mayores que carece de pragmatismo alguno? Quién debería hacerlo? Los actuales habitantes de los pueblos?
    A duras penas conseguimos sobreponernos a la tristeza de ser los últimos moradores. Cuando se vaya el último de nosotros lo hará sin volver la vista atrás porque ya no quedará nada que añorar.

  2. Conservar lo que queda tiene un sentido, conocer nuestro pasado y dar sentido a nosotros mismos a a nuestra existencia como comunidad. Y de paso que eso tenga un uso económico. No es cierto que los montes estén vacíos, hay nuevos usos, forestales, recreativos, turísticos. Por eso hay que salvar nuestros castros, nuestros hórreos, nuestras fuentes, porque da vida a un monte que en ocasiones poco nos puede decir (poblado de densos pinos, eucaliptos e robles). Y quien lo tiene que hace son los poderes publicos, con actuaciones que tengan sentido

  3. Es una pena ver en ruinas lo que para nuestros antepasados fue toda su vida, y que Ayuntamientos y demás organismos no colaboren en proyectos como éstos.

    Si todos pusiéramos de un poco de nuestra parte, el mundo rural tendría mucha más vida de la que tiene.

    Gracias por estos artículos.

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