Diría que estoy ligado de alguna manera a Ernes. En el verano de 2006 llegué a este lugar cuando hacía el trabajo de campo para mi estudio sobre los graneros. Descendí por un camino en malas condiciones desde el pueblo de Escanlar. En ese momento acababan de terminar el camino de acceso al pueblo, después de muchos años. El espectáculo era impresionante: docenas de personas que regresaban al pueblo, a abrir sus casas, a arreglarlas. Gente por todas partes que daban una vida que el lugar no había visto, sin duda, desde hacía casi sesenta años…
He visitado la zona en varias ocasiones desde entonces hasta que, recientemente, he regresado de nuevo a Ernes y he coincidido con la inauguración de la nueva Iglesia, otra fecha emblemática para Ernes, otro hito en su lenta recuperación.
I would say that I am somehow linked to Ernes. In the summer of 2006 I arrive to this place, when I was doing fieldwork for my study of the Granaries. I descended down a path in very bad conditions from the village of Escanlar. At that time they had just finished the access road to the village after many years of isolation. It was a sight to see: dozens of people returning to the town, opening their homes to fix them. People everywhere gave a life that had not seen the place for the last sixty years…
I have visited this area several times since then. I have recently returned back to Ernes and have coincided with the blessing of the new church, another emblematic date for the town, another milestone in its slow recovery.
Parece increíble pero han tenido que pasar casi cuarenta años para que alguien se decidiese a abrir un camino de acceso a este pueblo aislado y, por lo que he podido informarme recientemente, no fue la administración en su afán de favorecer a sus habitantes, sino la presión de al industria maderera para conseguir el acceso a los montes de este lugar.
Sea una u otra la causa, lo cierto es que se hizo un camino y, gracias a eso, los habitantes de Ernes pudieron regresar fácilmente. El resultado es el que hemos comentado antes: un resurgir y un florecer del pueblo que resultaba emocionante.
En esas fechas, recién abierto el camino, muchos eran los que pululaban por las calles del pueblo, hablando, alborozando… Otros se afanaban en arreglar algunas partes de sus casas, moviendo materiales, abriendo paso o parcheando el tejado…
Fue una experiencia realmente especial, por gratificante e inesperada, la que pude disfrutar aquel día en el pueblo de Ernes.
Actualmente no vive en Ernes ninguno de sus antiguos habitantes de manera continua, pero sí pasan largas temporadas y, sobretodo, pasan el verano y las vacaciones muchas familias.
Después de estos años en los que se ha podido ir recuperando el pueblo, una demanda se hizo común entre los vecinos: conseguir una nueva iglesia puesto que la antigua parroquia (San Pedro de Ernes) había quedado sumergida bajo las aguas del embalse.
El nuevo párroco del pueblo, Don Ramón Rodríguez Mondelo, intentó comprar la capilla de casa Meirazo, pero el cambio de propiedad de la casa lo hizo imposible. Como parece ser hombre decidido, no se detuvo aquí y se propuso construir una iglesia nueva, tarea costosa y difícil pero que, finalmente, consiguió.
Hace pocas semanas, con motivo de la festividad de la Inmaculada, el ocho de diciembre pasado, se inauguraba, aún en obras, la nueva iglesia dedicada nuevamente a San Pedro, construida sobre una parcela que cedió uno de los vecinos.
Don Ramón, hombre afable y encantador, hizo la bendición solemne hablando de manera muy directa y cercana a la gente, dirigiéndose a ellos en gallego y arrancando numerosas sonrisas a los asistentes:
“Hicimos esta iglesia porque los humanos damos señales para dar razón de que existimos. Cuando vemos la chimenea de una casa que echa humo, así sabemos que hay alguien. O la campana que tocaban de noche en los hospitales de peregrinos para avisar de su situación”.
Pidió a los fieles que no llevasen flores de plástico bajo ningún concepto:
“Mejor llevar una xesta o un toxo, pero no una flor de plástico. Un rapaz que quiere conquistar a una nena no le regalaría nunca una flor de plástico…”
En el centro del pueblo, en torno a una fogata, se reunían una cuarentena de comuneros. La jornada festiva sólo estaba empañada por el bochornoso espectáculo de una bandera reclamando el acercamiento de los presos de ETA. No creo que la noble y buena gente de este pueblo merezca sufrir esta humillación y falta de respeto. He recorrido absolutamente todos los pueblos del occidente asturiano y del oriente de Lugo y he conocido a muchos de estos nuevos habitantes, lo suficiente para comprobar que, en su mayoría, son gente normal y agradable. Pero cada vez hay más ralea de este nuevo pelaje. ¿es posible que los ideales de paz y amor de los hippies de los años sesenta y que inspiraron a los primeros comuneros de esta zona hayan degenerado en esta sórdida y envenenada estética kaleborroca? ¿es éste el futuro que les queda a nuestros pueblos abandonados?